Reclina tu cabeza sobre mi hombro.
Rutilarán al sol hilos dorados,
de luz para mis ojos hechizados
con toda complacencia y con asombro.
Tus dedos sin vigor buscan mis manos,
juguetean las mías con las tuyas.
Con el perfume de tu aliento arrullas
mi corazón de olores cortesanos,
de añoranzas perdidas, locos besos
que nuestras bocas trémulas buscaron;
mi fiebre y ansias vivas despertaron
en días de partidas y regresos.
Sufre mi vista, no la hiere el oro
de tu pelo; lastima un sol de fuego
mi hombro vacío. En soledad me entrego
a mi martirio y por tu ausencia lloro.A. Macías Luna
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