jueves, 30 de junio de 2011

RECLINA TU CABEZA

Reclina tu cabeza sobre mi hombro.
Rutilarán al sol hilos dorados,
de luz para mis ojos hechizados
con toda complacencia y con asombro.

Tus dedos sin vigor buscan mis manos,
juguetean las mías con las tuyas.
Con el perfume de tu aliento arrullas
mi corazón de olores cortesanos,

de añoranzas perdidas, locos besos
que nuestras bocas trémulas buscaron;
mi fiebre y ansias vivas despertaron
en días de partidas y regresos.

Sufre mi vista, no la hiere el oro
de tu pelo; lastima un sol de fuego
mi hombro vacío. En soledad me entrego
                  a mi martirio y por tu ausencia lloro.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

SU CUERPO INMÓVIL

Está oscuro el ambiente.
La colcha de la cama es un mar de olas,
un mar de aguas movidas en un tálamo azul.
Suben y bajan enterrando una nave,
un barco que no puedo ver,
escorado en el fondo
con extrema y tendida placidez.                                                                                                                                            
La luz de la mesita riega con ojo eléctrico,
extendiendo la inocencia de su iris luminoso
sobre estáticas ondas. 
Mis ojos apagados
desde un rincón opaco, entre dos luces,
en unos vidrios ven la escena y titubean;
se estremecen las cuencas  
con los gemidos roncos de mi pecho, 
sin resquebrajamientos, sin crujidos de astillas.                                                                                                                                                          
      Unas curvas exánimes
      yacen en un panteón sepulto en sábanas.


A. Macías Luna
(Derechos de autor)

EL CABALLO DE LA MUERTE

Tú, que llegaste al país de la Muerte,
dime de qué color son, valiente mía,
esas praderas por donde cabalga
un jinete huesudo,
con guadaña desgarrando los cielos.
¿Son verdes como los fértiles llanos
que visten nuestra tierra,
o quizá tétricas como los abismos
que se esconden en ella?

Oí su caballo acercarse una vez
con destemplados relinchos que fueron
llamadas desatendidas, de paso
por la enamorada senda de mi alma.
Detuvo su montura
ignorándome a mí,
y a lomos de su trotón te llevó
en carrera alocada.
Me arrebató mi legítimo azul,
me dejó en la ceguera.

Dime si en tu nuevo hogar te sonríe
la paz sobre planicies 
extensas, plagadas de aguas tranquilas.
No te impacientes.
                                    Espera que parta
yo en la grupa ágil del mismo corcel.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

DÍA DE TODOS LOS SANTOS

Destella el rocío. Es Todos los Santos.
La tierra, entre mármoles de melancolía,
con nieve celebra un luctuoso día
que al alba se viste de estridentes cantos.

No he venido solo, me acompañan llantos:
mordazas calladas para mi agonía.
De hondas desazones y dolor sufría,
lejos de ti, mi alma llena de quebrantos.

Para suavizar la hiel del lamento,
rozando mi boca hielo de cemento,
te calentaré los fríos despojos

y, afligido el ánimo por tan triste cúmulo,
besaré con fuerza, sobre el pie del túmulo,
         el verdín que crece con luz de tus ojos.

A. Macías Luna
(Derechos de autor) 

ANTE TU SEPULCRO

Bendita seas, dueña de mi amor,
mi compañera de tristeza muda.
Yo ardía junto al fuego de tu cuerpo,
luciente talismán de suaves curvas.

Tus ojos brunos eran un callado
abismo hondo en la más ciega negrura;
rayo de luz en mi apagada vida,
que disipó mis vacilantes dudas.

Tu proximidad rompe el frío espacio,
donde moran cipreses que se encumbran
sobre el albero de oro que te guarda;
copas de árbol perennes que susurran
y me dejan vivir con tu memoria
               mientras sueñas conmigo en esa tumba.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

QUIERO SER UN MIRLO

Quiero ser un mirlo que su pico posa
en tu sepultura y bebe el rocío
del invierno. Quiero en noches de frío
ser la flor que te hable, la escondida rosa

que te reconforte en la aislada losa
y colme tu cuerpo de aromas y brío.
Quiero despertarte con el poderío
de mi voz viril, firme y cadenciosa.

Quiero ser en vida tu leal amante
y hasta cortejarte después de la muerte;
la sombra de mi alma ya tienes delante.

Mis ansiosas lágrimas no quieren perderte
y en el mármol gris van abriendo brechas
         para componer mis rimas deshechas.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

ROSAS BLANCAS

Me dijiste: “Regálame, alma mía,
rosas que, al despuntar de la mañana,
se abran al son de la alondra temprana,
cuando despierta de la noche el día”.

Rosas blancas, lozanas de alegría
bajo un ciprés, te ofrezco, que engalana
la cruz de tu retiro del que emana
el fantasma del tiempo en agonía.

No pueden olvidar mis torpes dedos
tus manos como trémulas mimosas,
al tacto como pétalos de rosas.

Y en mi encendido afán por complacerte,
las flores pongo al sol de tus viñedos
               para arrancar la cepa de la muerte.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

EL CIPRÉS SECO

Echado en un tronco flébil, en desvarío
yo esparramo tus restos con sal y besos.
¿Qué le pasó a nuestro árbol, dulce amor mío?
Contesta, ¿aún lo nutren tus vivos huesos?

¿Qué le ocurre al ciprés, sultana mía,
que se le ha desprendido la hojosa piel,
que muere en esquelética monotonía?
Desprovisto de jugo, secó su miel.

Responde a la pregunta que arde en mis sueños.
Responde si su aroma tú aún presientes;
si perdió sus vitales, largos empeños
sobre la carbonalla de años ausentes.

Estéril, muestra el árbol forma gallarda;
cónico acantilado frente a tu losa.
La tarde que agoniza, caduca y parda,
         a tus pies lo doblega con sombra airosa.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

TUS OJOS SEPULTADOS

Si tus ojos me hurgaban con amor,
si me alumbraban, ¡qué feliz me hacías!
Cuando una vez en el albor dormías,
les quitaron porfiados el fulgor

dos pétalos de rosa sin color,
bordeados por pestañas, celosías
de clausura; una red de sombras frías
los atrapó con hilos de sopor.

Dos días acabaron sin reproches
adornando un cajón con negros broches
para incrustarse en una calavera.

Trajiste hondas tinieblas a mi vera.
¡De brutal pena y llanto, qué de noches!
Con tus ojos se fue la primavera.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

UNOS OJOS BRUNOS

Aún soy esclavo de unos ojos brunos
que una tarde de abril me abandonaron.
Desollándome el alma en desnudez,
me la extrajeron carniceras manos.

Tras contemplarme fijo su azabache,
el brillo se les fue siguiendo un largo
sendero desde mí hasta el infinito,
y su cuerpo tornose en alabastro.
Sus cuencas negras el dorado albero
las atiborra con hermosos diásporos.

Aún me desvelan pesadillas torvas,
me hacen ver que vivo encadenado.
Al despuntar el día, dos preseas
me hacen ser su más férvido lacayo.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

AÑORÁNDOTE EN EL VIENTO

Sopla el viento hablándome,
y tú no estás a mi lado;
sopla indolente el viento en la tarde,
y tú no ríes a mi vera;
aproxima tus palabras el aire,
y un soplo burlón me las aleja.

Voy
sin rumbo, errando
por un páramo yermo, por un desierto;
caminando solo, enclaustrado en ti.

Voy
oído avizor a todo lamento,
oyendo cada sonido
del viento;
oído avizor
voy
a tus mensajes perdidos.

Estás fuera de mí en el espacio,
pero te aposentas en mi espíritu.
No me pueden besar tus labios,
no puedo repetir tu aliento.
Afino mis sentidos
ante cada palabra del viento,
y su idioma imparable juega
con mis oídos
como tú implacable juegas
con mis pensamientos.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

CREO ESCUCHAR TUS ECOS

En el lugar del globo donde me halle,
sin tu presencia descarnada y muerta,
hundida en los humores de la tierra,
creo escuchar tus ecos:
cinta serpenteando con el viento.
Creo entrever tus sílabas bailando con el aire
en repetidas reverberaciones.

Me pregunto:
                      ¿Es el aire el que me baila
vigorizando el eco de tu voz?
¿Silba el aire en tu voz,
o quizás es tu voz la que me silba?

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

TUS MANOS

Lucían los tesoros de tus manos
bajo un templado sol de primavera,
como las mieses blancas en la era
con nubes sollozantes en los llanos.

Los claveles de tus dedos lozanos
deseaba mi cuerpo en larga espera.
Volaban cual paloma mensajera,
dispuestos a ocupar oscuros vanos

en el jardín de mi ánimo. Amorosa,
apoyabas tus yemas en mis labios
para frenar el tiro de los resabios.

De mañana, mi cuerpo hurgan abrojos
extrañando una mano primorosa;
en sueños un clavel toca mis ojos.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

martes, 28 de junio de 2011

TU RISA DE ÁNGEL

Tu risa de ángel se perdió en el viento,
en efímero olor de primavera.
Suspira un sauce, y es como si oyera
tu arrullo de sirena en su lamento.

Se acabó el tibio vaho de su aliento
desde que te arrancó Dios de mi vera.
Me sume la nostalgia en vana espera
y me inunda de amargo sentimiento.

Fue nuestro amor primicia del Edén;
de sus jirones soy vivo rehén,
esclavo de perennes añoranzas.

En el crepúsculo ágiles jilgueros
traen tu voz y rodean con sus danzas
el débil resplandor de los luceros.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

JUNTO AL RÍO GUADAIRA



La brasa en mí aún arde
de aquel caliente estío.
Junto al Guadaira sueño con la tarde
en que se unió tu nombre con el mío
sobre un viejo eucalipto junto al río.

Junto al afluente poco caudaloso
rayó tu tierna mano
ANTONIO y FINA con un corazón
sobre el tronco roñoso.
Con juveniles miedos
te ayudaron mis dedos
a esculpir en madera mi pasión.

Tus sones de cristal
coreaban la calma vespertina,
y el suspiro estival
exaltaba el reír de los pardillos.

En el lugar de vibrante aspereza,
tus cabellos castaños
y el aura angelical de tu belleza
enardecieron mis perdidos años.  
Con tu elixir de beso,
sobre la gris corteza
tramaste en una fecha otro regreso.

Hoy no te oigo reír,
y en callado sufrir
la vida me castiga con cilicio.
Al árbol vuelvo solo a recordar.
De nuestros nombres ya no queda indicio,
la muerte en celo los mandó borrar.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)

JUNTO AL POZO

Junto al raído pozo
que divide el camino,
junto al pétreo brocal
me acerco a hablar contigo.

Titubean mis ojos,
pero se unen marchando por distintos
rumbos, para mandar mi corazón
en busca de un respiro
ante el duro tormento en que tu ausencia
lo abandonó sumido.

Déjame asir tu mano.
Te mostraré el primor de este recinto,
lleno de soledad,
donde jaras y mirtos
a septiembre respiran olorosos
y templan con sus silbos
la abubilla alba y negra,
el jilguero y el mirlo.

Aquí se mece el herbazal dorado,
con requemados hilos.
Recortan el arroyo
desperdigados riscos
que esperan las crecidas
para untarse la piel con rubio limo.
Aquí estoy prisionero
de ti, labrando campos sin cultivos.

¿Por qué no me conversas
en el semblante rispo
de la tarde, embriagada
de otoñales suspiros?
Quizá llegó el momento,
la hora de aferrarme al silencio vivo
de unos ausentes labios,
que pretende arrancar de mí el olvido.

Bajo un cielo de rojos
hondamente medito:
¿Por qué la desventura
me manda este castigo?
¿Por qué la vida, en bacanal festín,
quiere obsequiarme con amargo vino?
Una pena me aturde
por haber perdido tu paraíso.                     

Junto al venero escuálido,
cuyas entrañas miro,
dulcemente me invade
la tibia noche de tus ojos lindos,
al asomarme al hueco
donde mueren los míos.

Se refleja tu imagen en el pozo,
se sumerge en las aguas y repito
al preguntarme una y otra vez:
”¿Por qué de mí te has ido?”


A. Macías Luna
(Derechos de autor)
 

VOY A BUSCARTE


Voy a ser una espiga a ti abrazada,
arraigando en la tierra donde estás;
crecer con el abono de tu faz
bajo el negro abismal de tu mirada.

Voy a ser trigo verde en tu adorada
ceniza, soportar cada vez más
la muela del molino que en la paz
del Señor te tritura en polvo, en nada.

Para aliviar mi lividez reciente
en el camino en pos de ti, querida,
voy a fundir en molde permanente

el sol que fue nuestra pasión en vida,
dos fogones ardiendo en uno entero:
tú y yo abrazados. Sólo eso quiero.

A. Macías Luna
(Derechos de autor)